Transcurrían tensos los días finales de la primavera del año 1959 en los cuales se desarrollaba una lucha patriótica entre el Ejercito Dominicano y los valientes combatientes que llegaron por Maimón el 14 de Junio.
Desde la segunda planta de nuestra casa – la número 75 de la Calle Beller- podíamos observar las humaredas que producían los bombazos lanzados por los aviones P-51 de la Fuerza Aérea Dominicana contra los despectivamente llamados barbudos.
Frente a nosotros vivía el Dr. José Augusto Puig, conocido opositor al tiránico régimen, el cual era considerado un hombre peligroso por Trujillo, por lo que a todas horas del día había un patrullaje intenso de carritos marcas Wolkswagen del Servicio de Inteligencia Militar, los cuales, cumpliendo labores de vigilancia, subían y bajaban continuamente por ese tramo de la calle.
Al lado nuestro –en la casa no. 73- vivían don Hugo González y su esposa doña Kleria Troche y en la casa no. 77, vivían don Luís Salvador Valdez y su esposa doña Carmen Bournigal. Dos jóvenes matrimonios, que para ese momento ninguno de sus hijos tenía más de 3 años.
Detrás de nuestras casas estaba un sector en el cual habitaban varias familias que eran fanáticamente genuplexas al odioso régimen. Ellas habían recibido la orden de aterrorizar a la familia Puig-Miller.
Todas las noches, alrededor de las 9, se comenzaban a caer pedradas sobre su casa, pero muchas de ellas caían en las casas que les quedaban alrededor. Mamá, cerraba todas las puertas y ventanas que daban hacia el punto desde donde las lanzaban, temerosa de que alguna de ellas nos golpeara.
Pasaban días y semanas, hasta que, ya enervado de la molesta situación, don Luís Valdez convocó a mis hermanos –Roberto, Jorge, Manuel y Daniel- a una reunión secreta. Debía de ser así, dada la situación tiránica que vivía el país, pero también tenia que ser sin el conocimiento de mi papá, que de seguro se opondría, porque no era hombre de meterse en problemas.
Don Luís, les planteó a mis hermanos la necesidad de acabar con aquello de una vez y por todas. Ellos estuvieron de acuerdo y de inmediato discutieron la manera en que debían hacerlo. Llegaron a la conclusión de que el mejor método a seguir era aplicarles el ojo por ojo y diente por diente a la agresión de los vecinos trujillistas.
Aprovechando ese día en que papa no estaba, recolectaron todas las piedras que había en nuestros patios y formaron una larga y formidable pila de las que pudieran tener la mejor capacidad de persuasión. Estas debían tener un tamaño no mayor de 10 centímetros y pesar alrededor de una libra, cosa de que al ser lanzadas pudieran desplazarse sin problemas hasta el terreno de los agresores.
Eran ya como las 9 de la noche y todos estaban en la habitación muy tensos, pero emocionados, esperando que sonara la primera pedrada.
Pasaba el tiempo lenta y silenciosamente. No se escuchaba nada…
La campana del reloj de la catedral sonó 10 veces. Ya la actividad se iba a posponer para el otro día, cuando de repente se escuchó un golpazo en el techo de la casa del doctor.
Ahí comenzó la guerra...
De inmediato y con las luces apagadas, mis hermanos se tiraron de las camas, corrieron al patio y se alinearon hacia el Sur, en posición de combate. Comenzaron a disparar decenas de sólidas ñongas hacia el territorio desde donde venían las otras.
¡Aquello era espectacular! Por cada 3 piedras que caían para este lado, se lanzaban doce o trece hacia el otro lado.
Cuando todo quedó en silencio, mis hermanos -calladitos- se fueron a acostar, sin decirle una palabra a mi mama, que ya roncaba.
No tengo que decirles lo que pasó, porque tal y como ustedes suponen, nunca jamás se escuchó caer una piedra sobre la casa de la familia Puig-Miller pero tampoco sobre las nuestras.
Aunque la Ley del Talión es condenada por todos, a veces es necesario usarla…
¡Y hasta funciona bien…!
rafelsantana@codetel.net.do
martes, 7 de julio de 2009
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