Yo estaba muy desilusionado con lo que había pasado, porque el primer negocio que había hecho en mi vida había sido un total fracaso. Aún no entendía la causa, porque si en realidad el tío del amiguito que conocí en la Avenida Generalísimo Trujillo tenía tantos burros, un burro más o un burro menos no le haría falta a aquel tío.
Bueno, mamá dijo que había que devolverle el burro al muchacho y a ella que le buscaran su palo de escoba, porque lo necesitaba para barrer la casa.
-Muerto el abejón-, -me dije-.
Era un sábado en la mañana de un muy cálido verano del año 1959, en el cual me habían permitido salir con mi caballito de palo de escoba por el sector, con la condición de que no pasara de las calles José Ramón López hacia arriba, ni de la Villanueva hacia abajo. Y lo más lejos que podría llegar hacia el lado norte, era al parque Luperón, que estaba frente a la iglesia evangélica –la chorcha- y al Colegio Towler. Ir para el lado sur, ni mencionarlo, porque había mucho tigueraje por ahí.
Teníamos 2 meses que nos habíamos mudado a la casa número 75 de la Avenida Generalísimo Trujillo, calle ésta, que desde Noviembre del 1961 se volvió a llamar Beller. Al lado nuestro vivían Don Hugo González y Don Luís Valdez. Y frente a frente, en la número 76, vivía el Dr. José Augusto Puig.
Eran días muy difíciles para el país y había mucha pobreza. En ese mes habían desembarcado por Maimón unos hombres que querían tumbar al Jefe, al Presidente, cosa aquella muy preocupante para mi padre Don Manuel Santana, porque él tenía una familia numerosa -25 hijos y entre ellos 15 varones- y por el frente de nuestra casa pasaban, día y noche, carritos Volkswagen del Servicio de Inteligencia Militar a muy poca velocidad, chequeando todo lo que pasaba en los alrededores de la casa del Dr. Puig y debíamos mantenernos en silencio. Se suponía que ellos tenían aparatos de escuchar lo que habláramos dentro de la casa. Por supuesto que esto era falso.
Durante aquella invasión, podíamos escuchar desde nuestra casa, los bombazos lanzados en Maimón por los aviones P-51 de la Fuerza Aérea Dominicana y luego, ver la humareda en forma de hongo que desencadenaban. Yo, por mi corta edad, no me enteraba de nada de lo que estaba pasando, pero oía el cuchicheo de mis hermanos hablando sobre aquello.
Esa mañana, montado en mi caballito de palo -uno de los pocos juguetes caseros que era posible tener en esos tiempos- corría por la acera sur de la Beller, cuando de repente se me apareció un jovencito de algunos once años de edad, montado en un borriquito aparejado y todo, el cual me preguntó que de quién era mi caballo. Orgulloso, le dije que era de mi propiedad.
Mi mamá me había prestado un palo de escoba muy bueno y con una soguita le hice un bozal y un freno. Detrás, en la cola, Mingo mi hermano, le colocó una ruedita de cama colombina, que hacía que el caballito se viera muy moderno.
El me dijo que el burro era de un tío suyo muy rico y que tenía muchísimos más en su finca. Me dijo también que le gustaba mucho el caballito que yo montaba y sin mediar muchas palabras, me propuso que me lo cambiaba por su burrito.
Yo de inicio no le creí porque me parecía absurdo, pero el chico insistió de una manera tan elocuente, que al final pensé que no era un mal negocio lo que haría, por lo que le dije que sí.
Se bajó de su burro y yo le entregué mi caballito. El se marchó rápidamente del lugar. Me monté en mi animal –por cierto muy manso y obediente- y me dirigí a la casa, lo amarré en la puerta del frente y muy presuntuoso del trato que acababa de hacer, entré a la casa y le dije a mamá que yo había hecho un gran negocio y que ahora era dueño de un burro.
Mamá, sonriente, no me creyó lo que decía y siguió haciendo su tarea. Le dije de nuevo lo del negocio de mi caballito por el burro y algo preocupada, porque mis ojos delataban seriedad, me preguntó :
-¿Dónde está el burro? –
Yo le dije que estaba amarrado en el frente de la casa y de inmediato ella fue a comprobar lo que decía. Cuando vio al animal, exclamó :
-¡Ay, mi palo de escoba. Pero Chichi, mi hijo, de dónde tú sacaste a este animal-!
Tuve que volver a explicarle todo con lujo de detalles. Yo iba perdiendo la sonrisa y el orgullo de haber hecho mi primer gran negocio y más bien casi entraba en pánico.
-¡Roberto, ven a ver esto. Móntate ahí y ve a ver si es posible conseguir el dueño de este burro. Vete a los dos mercados y si no aparece, llévalo al cuartel de la policía. Y llévate a chichi a ver si encuentra al muchacho!
Casi lloraba. Me monté en la cola de mi burro con mi hermano delante y comenzamos a cruzar todo el pueblo buscando al dueño. Nadie sabía nada. Finalmente tuvimos que llevarlo a la policía y ahí lo dejamos.
Esa noche no pude dormir, porque aparte de que había perdido mi juguete favorito, también había tenido que dejar a mi burro botado. Nunca jamás volví a ver al chico, como tampoco le perdonaré jamás el engaño. Porque es muy difícil creer que él no sabía que el burro valía más que el caballito.
¿O ya lo perdono? No se… a lo mejor. Pero si lo vuelvo a ver tendrá que explicármelo todo.
rafelsantana@codetel.net.do
viernes, 17 de julio de 2009
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