Mamá nunca se equivocaba.
Se lo había dicho muchas veces : primero está Dios y después las cosas del mundo-
Pero Mingo no hacía caso, era testarudo cuando se trataba de defender sus puntos de vista. La verdad es que el béisbol era su pasión desde pequeñito. Lo practicaba a diario en la calle aparando pelotas, chocando una pelota de goma contra la pared de la casa de los Llibre, en el solar de enfrente, en la escuela Antera Mota, en el play del lodo de La Draga…Donde quiera que se pudiera.
En esos días Fabio González le había pedido a papá, que dejara a Mingo formar parte del equipo de la Liga del Atlántico que acababa de fundar. Papa, como fanático amante de ese deporte, de inmediato le dijo que sí y mi hermano se puso contentísimo por eso.
El le dijo a mamá que ese domingo tenia que jugar en el play del Tenis Club, porque quería demostrar que a sus quince años de edad era el mejor fildeador y bateador del equipo.
Mamá le dijo que recordara que los domingos en la mañana eran días para dedicárselos al Señor. Y le repitió : Primero Dios…
Mingo, no perdía la esperanza de convencerla y persistía en su afán de conseguir su permiso.
-Mira Mama, tú sabes que hoy se va a escoger a los mejores jugadores del equipo y yo no puedo dejar de ir.
-Mingo, irás a jugar después que vayas a la Escuela Bíblica-le replicó.
Se quedó mudo, cambió de color, tragó saliva, porque sabia que ella era drástica cuando se trataba de hacer cumplir los deberes cristianos, pero no dijo nada. Mamá lo miró de reojo y le vio su carita engurruñada Ese domingo el juego comenzaba muy temprano y si llegaba tarde no podría demostrar que el podía ser jugador regular del equipo recién formado.
Ese domingo se levantó tempranito, mucho antes de que amaneciera. Ya mi abuela Mamapancha había colado el café. Se tomó una taza. Recogió su guante y se puso la gorra. Abuela le dijo que esperara unos plátanos que tenia puestos en la paila. Le dio las gracias, le besó la mano y se marchó silenciosamente.
Fue el primero que llegó…
Se puso a correr hasta que comenzaron a llegar los otros. Ahí estaban –entre otros- los hermanos De la Cruz –Chichí y Niní-, luego, Diego Frank Hurtado, Pedro Pablo Martínez (Muto), los hermanos Pérez Cortiñas -Ricardo (Caica) y Felipe-, Amir Santiago Musa, Rómulo Briceño, Emilio Folch, Ramón Antonio Sánchez (Monchy), Fausto Mella, Samuel Martínez Carrasco y Víctor Gilbert.
Ya en pleno juego, en la segunda entrada, Mingo bateaba, cuando logró conectar un fuerte roletazo por la línea de tercera, el cual fue interceptado estupendamente por Chichí de la Cruz. Corrió hacia la primera base y allí José Antonio Carrau, que había extendido su cuerpo hacia delante para agarrar la bola que se desplazaba algo desviada, recibió un choque casi de frente, de pierna contra pierna, lo que hizo que éstos cayeran estrepitosamente al suelo con muecas de dolor dibujadas en sus rostros.
Los dos se desplomaron. Carrau se levantó de inmediato, pero Mingo continuaba tirado en el suelo y se le veía en la cara que había salido perdiendo.
Lo recogieron y decidieron sacarlo del juego. A el no le gustó eso, pero en realidad le dolía mucho y aceptó. No creía que la pierna estaba rota, pero era evidente que había problemas.
A mi hermano Ramón le vocearon desde allí -porque trabajaba en la compañía La Limonera que quedaba al lado- que a su hermano lo habían herido –al menos eso fue lo que él entendió- y en menos de 30 segundos llegó alterado, guayando las gomas del camioncito, pensando que se trataba de una trifulca en la que lo habían golpeado.
Cuando todo se aclaró, lo recogió y se lo llevó a la casa. Mamá aún estaba en la iglesia, pero cuando llegó, simplemente lo miró con aquella mirada de “-te lo dije…”-y comenzó a aplicarle en la pierna un potaje de Vick Vaporub con Pomada de vaca.
Ella se dió cuenta de que la pierna estaba mal, porque se le notaba muy inflamada y algo desviada, pero a Mingo se le metió en la cabeza de que estaba bien y no quiso ir al viejo hospital Ricardo Limardo de la calle El Morro.
Al otro día, en horas tempranas de la mañana, luego de una noche entera sin dormir por el dolor, le dice a mama :
-Mama, mande a buscar a Mister Meskus, para que me haga una oración. Yo se que me el me sanará-
A mamá le pareció muy buena la idea y de inmediato le encomendó a Ney que corriera donde Pablo el Cochero y fueran a buscar a Don Lesli a su casa.
Este, como siempre, amable y solidario con todos los que lo necesitaban, vino en seguida a nuestra casa. Vió la pierna de Mingo y le dijo :
-parece que está rota…
En solemne silencio se inclinó hacia él, puso sus compasivas manos sobre la pierna afectada, y comenzó a orar. Unos cuatro minutos después, al terminar su oración, Mingo dormía plácido y parecía estar sin dolor.
Mister Meskus lo despertó y le dijo :
-Mingo…Daniel Domingo… despiértate.
Mingo abrió los ojos.
-¿Cómo te sientes? -le preguntó Don Lesli.
-¡Bien, muy bien, ya me sané!-
-Bueno, -le respondio el Pastor-
Ya el Señor hizo la parte que le tocaba, ahora vamos a llevarte al hospital-
Mingo le dijo :
-Pero Don Lesli, ¡si ya estoy sano!
-Si, así es. Dios hizo el milagro. Ahora le toca a “sus ayudantes” –los médicos- hacer lo que él les enseñó y quizás tengan que enyesarte tu pierna-
Mingo, el penúltimo hijo varón de mamá, ya sereno por las palabras tan sabias y reverentes de Don Lesli, se levantó sobre su pierna sana y dijo que estaba listo para que lo llevaran.
rafelsantana@codetel.net.do
viernes, 17 de julio de 2009
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