Cuando me enseñaron el mapa de cómo llegar al lugar me estremecí, porque un compañero me describió lo peligroso que era viajar por esa carretera, llena de barrancos de hasta 200 metros de profundidad. Había que llegar a una localidad llamada Cambita-Garabito y ahí comenzaba la pesadilla; unos veinticinco kilómetros de caminos tortuosos, montañosos, resbaladizos y peligrosos, que termina en un pequeño poblado que para la época no pasaba de unos 2000 habitantes llamado El Cacao.
Acepté ir allí porque necesitaba terminar mi pasantía de ley y porque estaba relativamente cerca de la ciudad de San Cristóbal, la cual había sido destruida por la tormenta David, dos días atrás, incluyendo mi casa.
Llegué a trabajar temprano el 2 de septiembre del año 1979. Me recibieron dos enfermeras y una trabajadora de limpieza. Aquello daba pena. El techado completo, las ventanas y las puertas del local habían sido arruinadas por los vientos.
Comencé a dar consultas de inmediato en un rinconcito, porque una enorme cantidad de personas buscaba remedios para sus males. Seis horas después me llevaron al lugar donde iba a alojarme; una pequeña habitación sin baño situada en el patio frontal del colmado de don Nicanor Stubbs Santamaría.
Esa primera noche cené donde Don Rafael Subero y su esposa doña Josefina Emilia Isa, quienes me recibieron como a un hijo. En el patio de su casa cantó en una ocasión mi amigo de siempre Ramón Leonardo Blanco y mi hija Patricia Mariela.
Al día siguiente, un sastre que vivía frente a la Clínica Rural, me prestó su mañosa mula para ir a visitar campo adentro a personas enfermas.
-Oiga doctor; esta mula es muy esquiva. Cuando le vaya a colocar la silla, debe apretarle con mucha fuerza la oreja izquierda y hasta que no se la termine de poner no se la suelte, porque puede patearlo o morderlo- me dijo.
-Otra cosa; si lo coge la noche cuando venga de allá para acá, suéltele el freno, no la maneje, porque ella conoce muy bien el camino y lo va a traer directo a la casa.
Fíjese que por esos montes hay barrancas muy estrechas y peligrosas, donde sólo cabe un animal por vez y si usted trata de manejarla, podrían caerse por una de esas jardas-
Así lo hice.
Varias universidades mandaron a estudiantes que cursaban sus primeros semestres de medicina. Allí estaban los que después serian doctores, Juan Carlos Cruz, Elena Mora, Ramón García, Roberto Spitales y Dagoberto Rodríguez Adames, quien actualmente es senador por la provincia Independencia.
Este, unos días después se cayó estrepitosamente de una mata de coco y lo tuve que enviar urgentemente a un hospital de la capital. Jamás lo he vuelto a ver.
Pues bien; no habían pasado tres días cuando por radio se anunciaba otra tormenta tropical que recibía el nombre de Frederick, y para preocupación de los cacaoteños, decían que llevaba la misma trayectoria del David.
Efectivamente, el ciclón entró por la misma ruta del David y aquello fue apoteósico, porque esta tormenta trajo más agua que vientos y los daños sufridos se multiplicaron.
Al otro día muy temprano, vino muy sudorosa una de las enfermeras a tocarme la puerta de la habitación y decirme que fuera urgente para la clínica, porque uno de los estudiantes le estaba entregando medicamentos a los enfermos sin examinarlos previamente.
Cuando llegué, le pregunté porqué lo hacía.
-Mire, lo que pasa es que aquí hay más de doscientas personas enfermas y casi todos tienen lo mismo, por lo que yo le dije que levantaran la mano los que tuvieran diarrea y los coloqué de un lado.
Luego les dije, “ahora levanten la mano los que tengan catarro” y los coloqué al otro lado y ahí comencé a darles las medicinas que sirven para eso- me explicó.
Y agregó: - Si no lo hacemos así, vamos a estar aquí hasta la medianoche viendo gentes-
Tuve que sonreír por su inocente propuesta y casi le di la razón, porque el estrés que todos sentíamos no era para menos.
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